martes, 21 de enero de 2014

LEO



Cuando Ricardo Marchini cumplió diez años de edad, sintió que la hora de la verdad había llegado.
 --Vamos, Leo --dijo--. Tenemos que hablar.
Y se marcharon, calle arriba, los dos. Anduvieron un buen rato por el barrio Saavedra, dando vueltas, en silencio. Leonardo se detenía mucho, como tenía costumbre, y después apuraba el paso para alcanzar a Ricardo, que caminaba con las manos en los bolsillos y el ceño fruncido.
Al llegar a la plaza, Ricardo se sentó. Tragó saliva. Apretó la cara de Leonardo entre las manos y, mirándolo a los ojos, largó el chorro.
 --Mirá Leo perdoná que te lo diga pero vos no sos hijo de papá y mamá es mejor que lo sepas Leo que a vos te recogieron de la calle.
Suspiró hondo:
 --Tenía que decírtelo, Leo.
Leonardo había sido encontrado, cuando era muy chiquito, dentro de una bolsa negra de la basura, pero Ricardo prefirió ahorrarle esos detalles.
Entonces, regresaron a casa. Ricardo iba silbando, Leonardo meneaba el rabo, saludando a los amigos: los vecinos lo querían, porque él era marrón y blanco, como el Platense, el club de fútbol del barrio, que casi nunca ganaba.

Eduardo Galeano. Bocas del tiempo